Rafadro y Tijuana

Publicado en el suplemento cultural Identidad, coordinado por Jaime Chaidez, en el periódico El Mexicano
14 de septiembre del 2014

En 2008 tuve la oportunidad de entrevistar a Rafa Saavedra durante la redacción de mi tesis de maestría. En realidad fue una conversación en la que yo le preguntaba a Rafa sobre un tema y él me contestaba sobre otros. Me interesaba conocer tres cosas: a) su trayecto biográfico por la ciudad y b) su opinión sobre la cultura y la identidad tijuanense, así como aspectos como la violencia y la debacle económica que en aquel momento golpeaban a la ciudad. Aquí comparto algunos pasajes de la conversación.

Apunte autobiográfico

Yo viví en el centro, yo nací en el centro. En la calle Constitución, entre Tercera y Cuarta, en el mero centro. Viví hasta los ocho años en el centro, en tres direcciones, en la calle Primera. Después nos mudamos a la calle Tercera enfrente del Parque Teniente Guerrero, luego nos fuimos a la calle Sexta, entre Constitución y Niños Héroes. Ahí estuve nueve años más o menos, cursé la primaria. Estuve en uno de los colegios que esta en el Centro, la avenida 5 de Mayo, el Cristóbal Colón, el kínder. Después me pasaron a la Miguel F. Martínez. Cuando entré a quinto año ya estábamos en Playas. Curiosamente uno de mis primeros trabajos fue al lado de la casa en donde vivía en la calle Sexta. Mi papá tenía bares en la avenida Revolución, mi mamá llegó de Sinaloa a Ciudad Obregón. Cuando llegó vivió en el centro de la ciudad, luego a Playas.

Nos fuimos a Playas en el 76, mi casa estaba a unos metros de la Playa. Yo podía ver el mar porque no había nada. En la cuadra donde vivía había cuatro casas. Lo curioso es que desde que estaba chico yo recorría el centro, de la calle Sexta a la calle Segunda. En los años en que crecí, de los setenta a los ochenta, me acuerdo que había muchos cholos, había zonas que no podías pasar, tenías que dar muchos rodeos. Por ejemplo, en la calle Segunda, donde está el callejón, y la calle donde está el Coliseo. Aunque a mi me gustaba ir porque ahí había una tienda de revistas usadas, era uno de los tres lugares donde vendían. Uno era ahí, otro era el parque, otro en la cuadra del edificio Coliseo, en la esquina. Alguno de mis amigos vivían en el centro, yo bajaba por la Coahuila, no por la zona de bares sino por la zona de casas. También ensayaba banda en el parque Teniente Guerrero, me corrieron, soy malo.  Mis papás querían irse a la Chapu, pero mi mamá no quería aprender a manejar, y ves como están los cerros, no quiso. Luego fuimos al Mirador y nos ganaron la casa. Finalmente, nos decidimos por Playas. Y eso porque todo el transporte se agarraba en el centro, a cinco cuadras de la escuela y nos dejaba justo en la puerta de la casa.

Los cambios en la fisonomía de la ciudad

En los recorridos que yo hacía de la calle Sexta a la segunda donde estaba el Colegio, muchas de las cosas que yo recuerdo de niño literalmente ya no están, no hay nada o hay otra cosa totalmente opuesta. Había un mercado muy famoso, el mercado Duarte, enfrente de la Martínez, ahora está una taquería grandota. Algunas de las cosas que siempre han estado son la Funeraria González, ahí nos íbamos a robar el café y las galletitas. Siguen estando algunos cafecitos, el café Iris que se quemó y lo volvieron a hacer igualito. Enfrente del parque prácticamente todo ha cambiado. Todos los edificios son de cuando ya estaba en la secundaria. Mis imágenes del centro son el parque, la Iglesia de San Francisco, iba mucho a la escuela. La escalinata para ir a la Altamira, por donde está el Lugar del Nopal, una librería enfrente de la Martínez que ahora es un local de los alcohólicos o narcóticos anónimos. El hospital de La Piedad que está en la esquina era parte de la casa de una amiga, la tiraron. Todavía cuando yo estaba en la secundaria, a principios de los ochenta, yo fui a fiestas ahí. Yo creo que como Tijuana no tiene centro histórico, afectivo, lo quisieron hacer en el parque. Cuando lo retomaron ya estaba muy maleado. Todo mundo sabía que había un montón de prostitución, era un hotel de los homeless, para los que iban a cruzar, para los que devolvían. Ahora es un refugio para los testigos de Jehóva, los que están haciendo deporte, en la noche, la gente que va a echar novio, lo que sea.

La city

Hace como dos semanas me preguntaron que extrañaría de Tijuana. Unos estaban diciendo que las personas, los lazos afectivos, pero de la ciudad nada porque está bien fea. Yo me quedé pensando en al menos cuatro espacios. Uno es Playas, cuando voy para Playas y salgo de la carretera, entro y me siento en casa, todo Playas, toda la colonia. Otro es el centro, no me cansó de recorrerlo, siempre me trae cosas, gente, me encanta ver los loquitos nuevos, como de una cuadra a otra cambia el fenotipo de la gente. Otro es el Cecut, que también es como mi casa y el otro es la Lázaro. Simbólicamente, emotivamente, me dice mucho. Yo estudié en la Lázaro. Estuve entre 83 y 86, tampoco estoy tan viejo. La piscina estaba bien mal, cuando salimos apenas la estaban limpiando. Los cumpleaños los hacíamos en la piscina, en una de las planchas que todavía quedaban hacíamos los pasteles. Toda esa escuela se me hace de los corazones de la ciudad.

La Leyenda Negra

La ciudad no tiene tantos símbolos. A mí me molesta un poco la romantización de esa época. Se me hace chistoso que enumeren lugares de la Leyenda Negra. Nos representa por lo lujoso pero no por lo que había atrás. Es como un doble juego, como damas de sociedad… no sé que adjetivo ponerle. Yo nunca menciono el rollo de Juan Soldado, como tijuanense no me dice nada. Es un mito para ganar dinero y para lucrar con las pocas o muchas creencias de la gente. Entonces, ponerme a alegar con alguien que dice que esto es Tijuana, es una Tijuanita así, de las muchas que hay. No me disgusta eso sino que se piense que es la única visión. Entonces tendríamos que entender a los cholos de otra manera, que recuperarlos de otra manera. No como lo hizo Valenzuela poniéndolos como víctimas o como outsiders. Sino como parte integral, que modificaron el lenguaje o que nos hicieron aportes súper cool. También ponerlos en su lugar como reaccionarios. Porque no fueron algo revolucionario, fueron rebeldes de estampita. Hay unas cosas que se estudian en Tijuana o que se veneran que se me hacen intrascendentes y que los medios contribuyen. Hoy la encuesta del Frontera era “¿Qué calificación le da a la cerveza Tijuana?” No sé, se me hace intrascendente. Tiene el nombre de la ciudad, tiene poco tiempo, no se encuentra en muchos lugares, algo tan básico para que formara parte de nuestra vida cotidiana.

La economía

La ciudad ha tenido ciclos. Lo digo porque mi papá ha tenido bares desde los cincuenta. En los cincuenta, aunque suene a imagen, sí se barrían los dólares. Venían hordas y hordas. Cuando fue la época acabó la guerra todo se acabó. Después, a finales de los sesenta, principios de los setenta se reactivó la economía con las maquiladoras. Nos dieron el truene con la devaluación del 76. Otra etapa de auge fue a partir de los setenta y principios de los ochenta cuando se inauguran todos los lugares, los presidentes le invirtieron. López Portillo y Echeverría le invirtieron un montón a Tijuana. Echeverría se llevó Cartolandia y se iniciaron las obras, eso propicia un auge. Además, Tijuana le apostó mucho tiempo al turismo, al turismo gringo. La maquila se miraba con no tanto respeto o consideración. Ya venía la crisis económica. A finales de los ochenta, principios de los noventa, la clase media comenzó a evaporarse en Tijuana. Aparte, con el temblor del 85 llegó un montón de gente y también sirvió para reactivar, porque necesitaba casa, trabajo. Todo el Este viene de ahí, de finales de los ochenta. Toda esa generación de morros que está generando eso, porque no encuentra trabajo, escuela. ¿Tú te acuerdas de cuantos rechazados había en la UABC? Primero eran 300, 700, después llegaron a 5000. ¿De donde sacamos tanta gente? Los censos que dicen que Tijuana tiene un millón y medio de habitantes, están súper crazy. Son como tres millones, fácil. Al reconocer tal población nos tocarían mayores recursos, nos tendrían que mandar dinero, más servicios. ¿Por qué crees que no alcanza? Si hay un millón o más de carros. Calcula la gente que no tiene carros.

El tijuanense

Me encargaron que escribiera un manual del reconocimiento del tijuanense, tengo dos años tratándo de bajarlo. Tengo una tipología de ocho tipos de tijuanenses y sí, hay una categoría del tijuanense originario. Pero, en algún momento tuvieron que llegar, a partir de ahí ya no cuenta mucho. Aunque yo conozco tijuanenses que son de quinta generación, como Charlynne (Curiel), de tercera o cuarta, o Crosthwaite. Yo tengo 40 años y soy primera generación. ¿Cuándo tiene que tener alguien para ser tijuanense? La mayoría de la gente de Tijuana viene de Sonora y Sinaloa, gran parte. En grado menor de Jalisco, Michoacán, D.F. y otros estados. Ese rollo purista yo lo descalificaría de volada. En primera tenemos razones históricas para burlarnos de rollos puristas. Además, aquí no estamos hablando de cuestiones raciales, sino de otras cosas. No me funciona. La tipología es: originario, recién llegado, honorario, renegado, en el exilio, el que vive en Tijuana y nunca se ha sentido tijuanense. Hay gente que dice “Yo tengo viviendo 20 años pero me siento de Mexicali, yo me siento de Jalisco”, gente que conserva el acento de allá.

Y es entrar en esos terrenos, de que solo hay dos clases, es negar todas las Tijuanas múltiples que hay, que puede haber. Serían negar la misma esencia de la ciudad, que recibe y modifica. Aunque eso mismo, lo que he estado escribiendo, esa misma esencia de la ciudad se le esta revirtiendo y esta atentando contra su propia esencia. Tijuana recibe mucha gente, esa gente ha permitido que Tijuana sea menos mocha que todo México, más liberal. Un poco porque venimos a una tierra donde no había nada. Pero por el otro lado, en una sociedad que acepta a todo mundo habrá elementos que no sepan adaptarse a estas formas. Como pasa en los foros del Frontera, le están echando la culpa de todos los males, incluso el procurador pasado, a los sinaloenses. Cuando los sinaloenses son una parte esencial de la ciudad y la cultura, será como negar un pie o una mano. Por eso digo, lo mismo permisivo de la ciudad hace que ciertos elementos se señalen. Tijuana no tenía ese problema, lo tuvo cuando el Gato Félix y la consigna contra los chilangos. A mi me encargaron un artículo de un periódico nacional para que hablara sobre los chilangos. A mi no me importa, mis mejores son amigos son chilangos, son un símbolo de la tijuaneidad en un momento, no me importa.

El hecho de que hayas llegado antes no quiere decir mucho. En el DF, me preguntaron qué extrañaba de Tijuana cuando salía. Nunca la extraño porque siempre la cargo. Aquí la llevo, no me acomodo al discurso de cuando todo está calmado, está bien, cuando es violento, reniego. Siempre la he entendido con esos matices porque siempre han existido, no necesariamente de violencia pura y directa, sino social, el tráfico, el trato de la gente es muy hosco, pero es muy norteño. Nosotros somos norteños norteños, pero al mismo tiempo muy dulces, no sé, muy confiados.

La violencia

El tema de la violencia lo discutí en clases, a partir del análisis de discurso. Primero, es innegable, la violencia existe. Por otro lado, la sobredramatización. Esas imágenes de los niños, yo no las hubiera pasado nunca y no por censura, sino porque era innecesario, la noticia era otra. Periodísticamente era tema para la segunda o tercera página. La ciudad, los grupos, los mismos medios se quejan de la violencia y la promueven. Los noticieros y periódicos de Tijuana están a la baja, se dieron cuenta que el morbo funciona.

Hay detalles que me provocan cierto temor, temor en cuestión de lo que estamos viviendo en la sociedad. Por ejemplo el del joven que asesina a este niño. Esto fue lo que provoco que se diera el inicio a la alerta ámbar. Fue el primer caso y el tratamiento que los medios dieron esta noticia fue desorbitado, de cierta manera desafortunada en términos meramente periodísticos. La nota roja la hemos vivido a partir del 2007, cuando llegó a las portadas.  La nota roja en cualquier periódico serio debe estar confinada, si es que existe, a las páginas policiacas. Debe estar en las páginas interiores.
La violencia y la escritura

Cuando nos acostumbramos a ver notas rojas en las portadas, estamos viendo el periodismo del peor nivel, en la cumbre del amarillismo, sensacionalismo y que generalmente no produce ejercicios interesantes. Como comunicólogo o periodista, me da pena ajena. Como escritor lo saco de su contexto y lo meto a un contexto literario, le quito esa dramatización.  Al ser presentados en las portadas ayudan a crear más depresión social. Sería muy aventurado decirlo, pero de cierta manera son cuestiones que perturban un poco nuestros estados de ánimo, como personas de Tijuana, como cuando ya no nos sentimos seguros de salir a la calle.

Para mí eso nunca fue o ha sido un impedimento, afortunadamente estoy contento e vagar y caminar por las calles de Tijuana, haciendo mis actividades diarias, sin embargo para muchas otras personas, esto sí es un factor que les pesa.