Publicado en el suplemento Identidad del periódico El Mexicano, 30 de junio del 2013.
- Me
llaman por teléfono para decirme que el candidato X no piensa en mí, luego me
mandan un correo de un remitente desconocido para decirme que el candidato Y es
un corrupto. En un semáforo me abordó la esposa de un candidato para invitarme
a votar, yo pensé que me quería pedir dinero para algún albergue y le subí al
vidrio. Luego, en una glorieta encuentro una banda cantándole a un candidato,
metros adelante encuentro un camión con un pendón y gente al borde del
agotamiento echándole porras al otro candidato. Entro a mi face y mis contactos hablan de quién
ganó los debates, o del que no fue, o del que habla chistoso. Me encuentro con
páginas y videos que me dicen que no vote o que sí vote por uno o por otro, que
cuentan de sus mansiones y propiedades o de que no viven en la ciudad o de
detalles escandalosos de su vida privada. Andaba en la feria del libro y que se
me acerca un candidato a querer platicarme de literatura, pero como yo no he
leído a Og Mandino no le pude hacer mucha plática. El día del padre me fui a la
playa para evitar las brigadas y zas, que me corretea una muchacha por el
malecón para darme el regalo que me mandaba su candidato. El colmo fue cuando
me encontré en un semáforo a un grupo de
fulanos con la máscara de otro de los candidatos. ¡Estoy alucinando doctor!
- Tranquilo,
lo que usted tiene es candidatiasis.
- ¿Y
cómo se cura? ¿Me tengo que inyectar o tomar algo? ¿Análisis? ¿Electroshocks?
- No hay nada que hacer, es un mal incurable, aparece y
desaparece cada dos o tres años. En México existen tres variedades principales:
La azul, la amarilla y la tricolor. También hay unas derivaciones como la morena,
la verde tucán y la chucky. Producen fiebres y alucinaciones que hacen que el
enfermo ande manifestándose, haciendo caravanas y peleándose con otros enfermos.
Unos creen que les va a llegar un hueso, o que “las cosas” van a cambiar, o que
su candidato es el único que puede cambiar “las cosas”, la mayoría piensa que
los otros enfermos son lo peor de lo peor. Con el tiempo se controla, aunque
deja una especie de anemia. El enfermo pierde la esperanza y se va volviendo
cínico y apático.
- ¿De verdad no hay una cura?
- Parece que la cura es la democracia. Pero compraron la
patente y la retiraron del mercado. Los gringos y los europeos tienen una
versión más o menos, también en Sudáfrica y en Asia. Ya sabe, los de siempre. En
Sudamérica han desarrollado otra versión, pero todavía está en período de prueba.
Aquí en México, pues la del doctor Simil o la China, pero ya se la sabe.
- Entonces, ¿qué hago doctor? Estoy desesperado.
- Usted aguante, la fiebre y las alucinaciones durarán unas
dos semanas más. Luego, todo desaparecerá como si nada. Seguirá usted viendo
publicidad y esas cosas. Pero no les haga caso. En mi colonia hay propaganda de
Salinas, imagínese. Pero todo pasa, hasta la que sigue.