Zona Este


Revista Diez4 no. 19, Tijuana, septiembre de 2011
Los que pasamos por la adolescencia durante los años noventa crecimos con la idea de que más allá de la 5 y 10 existía otra ciudad. Algo parecido sucedía con Otay. Recuerdo perfectamente las noticias sobre la construcción del Gato Bronco y el Terán Terán. Al empezar la universidad, en el 97, entré también a trabajar en una compañía encuestadora.
Trabajábamos en mercados y colonias. Recorrimos varias de las colonias que van desde la 5 y 10 hasta la salida del bulevar Cuauhtémoc. Anduvimos en el Centro, en Playas y en el Soler. Un día nos mandaron a hacer encuestas en un mercado que estaban construyendo por el Gato Bronco. La primera vez que nos llevaron, para conocer, se me hizo el trayecto más largo de mi vida, el Gato Bronco era un camino de terracería que se llenaba de carros que tardaban horas en avanzar… ese día renunciamos todos. Ya en la universidad, en más de una ocasión nos aventamos una carnita asada por el rumbo de Villa Fontana, en unas casitas más pequeñas que el patio de la casa de la mayoría de mis amigos, que no eran ni muy grandes ni muy chicas.
Así, aquellos rumbos eran algo que la mayoría apenas conocíamos. Llegábamos a escuchar las noticias de los desplazados por las lluvias del 93 al fraccionamiento El Niño, de los asentamientos irregulares por el rumbo del Alamar. Una vez, haciéndome el galán, le dije una vez a una compa que le daba raite, ella me decía que no, que vivía muy lejos. ¿Qué tan lejos podía ser? La convencí, se sube al carro y me dice por dónde. Subimos por Fundadores, le dimos para la Obrera y pasamos por debajo del puente, entramos a un camino que no tardó en volverse terracería… y no llegábamos a nuestro destino. Mi compa sólo me decía que me lo había advertido, que estaba lejos. Ni siquiera llegué a su casa, se bajó del carro en la avenida y se fue caminando por un camino por el que apenas había unas cuantas casas. Hace un par de meses regresé a ese lugar. Tiene una plaza comercial con cine, una preparatoria pública y está lleno de casas. Si uno sigue derecho llega hasta el Jibarito, pero el camino sigue hacia el sur. Revisando un mapa de Google podemos comprobar que ese apéndice urbano está a punto de llegar a Santa Fe y al Océano Pacífico. Valle de las Palmas es otro extremo del que diariamente vienen y van trabajadores que vienen a trabajar a la ciudad o, viceversa, los alumnos y maestros a los que les tocó ocupar el nuevo campus de la UABC.
Ese pedazo indefinido de ciudad que está más allá de la 5 y 10, al que le llamamos zona este, representa la más reciente etapa de crecimiento de la ciudad. Es un tejido de invasiones, fraccionamientos y zonas industriales que se extiende por cerros, lomas y cañones, rodeando la ciudad desde la caseta Tecate-Mexicali hasta casi llegar al Océano Pacífico y a Rosarito. En Tijuana nos hemos acostumbrado a la idea de que la ciudad no para de crecer. Las noticias sobre proyectos de vialidades, de plazas comerciales o de fraccionamientos son el pan de cada día. Hay dos noticias que me han quedado grabadas. La primera fue sobre el “primer” habitante de Valle de las Palmas, como si aquellos espacios hacia donde se expande la ciudad de verdad estuvieran deshabitados. La otra fue cuando Jorge Ramos, en su último año como alcalde, se aventó a celebrar la Independencia de México con dos gritos, uno en el Centro, en el viejo palacio municipal, y el otro en la Sánchez Taboada. Lo que antes estaba lejos de “la ciudad” ahora se ha desprendido de ésta. Para los que viven de aquel lado de la ciudad, si no fuera por el trabajo, no hace falta ir al Centro o a la Zona Río, ¿para qué? Todo está a la mano: la escuela, el mercado, el cine, el tianguis.
La percepción general que se tiene de aquella zona es muy peculiar: un espacio feo, con casas pequeñas, lejano, depósito nocturno de los cadáveres del narco y muchas carencias en el asunto de los servicios públicos. Hay algunos que además se atreven a decir que eso no es Tijuana, que la ciudad se acaba en Otay y la 5 y 10, y lo que le sigue ya es otra cosa. Sin embargo, la mayor densidad de población está de aquel lado. Las estadísticas, los estudios y la planeación urbana nos hacen pensar que tarde que temprano la ciudad terminará por reacomodarse a partir de una geografía que mirará hacia la zona este. No se trata de un espacio aislado, ajeno a la dinámica urbana. Todo lo contrario, basta ver el tráfico que inunda el Bulevar 2000, el Gato Bronco o el Terán Terán a eso de las seis de la tarde. Es todo un fastidio manejar hasta allá. Si podemos evitar esas complicaciones, lo haremos, ya sea no yendo para allá o no saliendo de allá. Para colmo, la topografía y las vialidades no ayudan a que las diferentes áreas de la ciudad se puedan integrar. Hay que subir, bajar y aguantar el tráfico. En el cálculo del gasto en transporte público hay que considerar que es más fácil llegar al Centro o a la 5 y 10 que a la colonia de al lado.
El panorama general de aquella zona es el de la insuficiencia: fraccionamientos aislados que tendrían que haber sido planeados de otro modo, con casas en tamaños en los que una familia no puede vivir con dignidad. Hacen falta escuelas, bibliotecas y parques; los asentamientos irregulares deberían ser integrados para combatir la exclusión y la marginación. La industria maquiladora no es la mejor opción para el empleo y la economía local; la mancha urbana extingue los escasos ranchos y paisajes naturales que quedan, como el río Alamar, al que los planificadores gubernamentales y privados sólo se les ha ocurrido canalizarlo del mismo modo que se hizo con el río Tijuana, en vez de aprovechar su potencial como espacio público.
Nadie se imaginaba en los noventa hasta dónde llegaría la ciudad. Ahora resulta complicado pronosticar el momento en que esta explosión se detendrá y comenzará a estabilizarse. La situación en el futuro no será menos complicada que ahora, tan sólo hay que pensar que recursos como el agua insuficiente, que la introducción de infraestructura y servicios nunca ha ido a la par del crecimiento. Así que, cualquier cosa que se haga, no alcanzará para cubrir las necesidades de la ciudad. Si comparamos entre la ciudad de los noventa, la del “espacio vacío” y la actual, podemos encontrar grandes cambios. Pero aún con todos esos elementos en contra, la ciudad sigue creciendo. Aparecen escuelas, mercados, centros comerciales, hospitales… de todo, lo que quiere decir, al menos es lo que me parece más importante, que sus habitantes han construido un modo de vida en aquel sector de la ciudad. Por muy adversa o complicada que la situación le pueda parecer a algunos, la gente que vive en la zona este, en las invasiones, en los fraccionamientos de interés social o en los más acomodados, está haciendo ciudad. La urbe sigue y sus habitantes encontrarán el modo de plantar árboles en el concreto.