Nacho Supreme


Seleccionado en la Convocatoria Universitaria Controversias 2010. Serie Minibuks 2, Taller E Media, Facultad de Humanidades, UABC, 2010
Las revistas pseudocientíficas especulan sobre la forma que adquirirá el cuerpo humano gracias a la tecnología y el cambio en los modos de vida. La cabeza se haría más grande y las extremidades desaparecerían. El destino evolutivo está en la atrofia: la acumulación de grasas, la implosión de los sistemas vascular, digestivo y renal. El desastre metabólico.
A mediados de los años cincuenta, la dinámica demográfica en países como el nuestro, subdesarrollados, inició su transformación. La población urbana alcanzó y superó a la rural. El juego económico cambió. Llegaron la industria y los servicios. La actividad agrícola dejó de ser la más importante. Tanto, hasta llegar al grado de que los alimentos que se producen en territorio nacional no son suficientes para dar de comer a todos. Tenemos que comprar afuera. Claro, esto tiene ver también con políticas económicas que desfavorecen el mercado interno frente a las importaciones.
La industrialización llegó también a la producción de alimentos. Mezclas genéticas, monocultivos intensivos, introducción de nuevos granos, junto a las grandes concentraciones urbanas que no siembran, ni crían, ni cazan, ni cosechan lo que se comen, modificaron nuestros hábitos. La comida industrializada. La marca.
Somos lo que comemos.
Sedentarismo, subalimentación y sobrealimentación marcan el rumbo de la (in)volución del cuerpo humano. La atrofia.
Según la Organización de las Naciones Unidas, siete de cada diez personas mayores de 20 años en México padece sobrepeso. Otro récord Guinnes. En niños tenemos el segundo lugar, uno de cada tres. Y los estados norteños tenemos el primer lugar en todo, niños y adultos.
Lo peor, es que no somos gordos de los de antes. No se trata solo de comer de más. Los ingredientes cuentan. La dieta mexicana urbana consiste en altas dosis de harinas, carbohidratos, grasas trans y saturadas, azúcares y transgénicos.
Comemos mucho, pero nos alimentamos poco. Por eso estamos sobrealimentados, hinchados, rellenos. No hay un sentido moralista en esta afirmación. Se come lo que está al alcance de la mano, lo que el entorno nos ofrece. Adquirimos un valor de cambio: una marca omnipresente, sin sabor, sin gusto, sin nutrientes.
Aún en el campo pasa igual. Autoridades de salud, científicos y académicos argumentan que, incluso en los lugares donde nace la comida, la contaminación es tal que es más seguro y accesible para el campesino comprar un refresco que tomar agua.
Las granjas de puercos en Guanajuato y Michoacán arrojan la mayor parte de la contaminación al río Lerma. Comemos carne alimentada con sufrimiento. Los traumas animales pasan a nuestra carne y de ahí a nuestro espíritu, a la conducta. Comemos razas que no tienen la oportunidad de adaptarse a los cambios ambientales. Crianza acelerada y desanimalizada, hormonas y hacinamiento, producen alimentos degradados genética, espiritual y nutricionalmente.
Si nuestra comida se vuelve popular en China o en Hawaii  en México sube de precio. No la podemos comprar más. Es más lucrativo vender una caja de aguacate en el mercado norteamericano que en la tiendita de la esquina. Es mejor arrancar todas las plantas y dejar un solo cultivo. No importa que el suelo se degrade hasta volverse caliza, que el equilibro ambiental desaparezca junto con algunas otras especies que necesitan de la diversidad. No importa que el sabor y el valor nutritivo de la planta desaparezcan junto con la propia capacidad de adaptación de la planta. Ni el licor se salva. Plantas y granos pasan por estos procesos.
Sumen el bombardeo genético, especies transformadas de modos deficientes para alentar uno o dos atributos de la planta en detrimento del resto. Más tamaño, más color, más velocidad. Los efectos de los cambios genéticos también pasan al cuerpo humano, al espíritu, a la conducta.
Por eso estamos gordos, por eso siete de cada diez mexicanos no vamos a pasar de los cincuenta. Comemos muerte. Nuestro alimento ya no da vida, da muerte. La especie humana, la raza mexicana, está en un lento suicidio nutricional. El cuerpo se deforma porque los sistemas no saben procesar los nuevos ingredientes. No les dimos tiempo. Pero sabe bien, sabe delicioso. No lo puedo negar.
Eres lo que comes. La causa de muchas cosas está en la descomposición del cuerpo. No lo pienses demasiado. Si hay algo que salvar en una sociedad tan salvajemente jodida, la clave está en la comida.