La chilena como metáfora del mexicano

He leído el más reciente libro de Heriberto Yépez, La increíble hazaña de ser mexicano, publicado por Editorial Planeta. A Yépez le sigo a través de su blog (hyepez.blogspot.com) y su columna sabatina en el periódico Milenio. Así, no sorprende el argumento central de su texto: la cultura mexicana es una cultura caduca, necesitada de una renovación, pero que se resiste una y otra vez a esa posibilidad.
Hace varios meses, en octubre del 2009, el escritor Alberto Chimal señaló a Yépez como uno de los pensadores, nacidos en los setenta, más importantes del país. Chimal destacaba Yépez, junto con Rogelio Guedea, por “la inteligencia de sus juicios, su crítica certera a la corrupción del sistema político nacional y, en general, la novedad de su interés por la realidad y la agenda nacionales.”
Heriberto Yépez es ya, entre los escritores tijuanenses, el que ha acumulado más logros y reconocimientos por la calidad de su trabajo. Ha dejado de ser un escritor local, o fronterizo. Sus palabras, como lo dice Chimal, son consideradas ya en los debates sobre la cultura mexicana. Si la comparación sirve de algo, el nuevo libro de Yépez, un tijuanense, desde la frontera, algo que bien podría situarse en uno de los extremos señalados por Paz, renueva una tradición que viene desde Vasconcelos, Ramos y Paz.
En días pasados, Yépez presentó su libro en la facultad donde trabajo. Ahí nos contaba que este libro no lo hizo pensando en intelectuales, en escritores o artistas. “Mis amigos del DF se van a molestar”. Ojalá este libro encontrará muchos lectores, pues plantea un tema que, con toda la parafernalia del bicentenario, ha pasado a segundo término: los pros y los contras de nuestra cultura.
Nos han expropiado, o privatizado, el nacionalismo. El bicentenario es ahora una marca comercial o un slogan institucional. Celebración chafa y mexicanismo barato. Lo podemos celebrar con mariachi, un partido de la selección y una fiesta en cualquier bar de la ciudad. Todo ello omite el tema de fondo, lo que hemos avanzado o retrocedido como civilización, como ente colectivo, como proyecto. La crítica, la reflexión, simplemente, no existe. Cuando la hay, encontramos posturas extremas y fatalistas.
Este es un tema que resulta particularmente doloroso cuando se señala a México como un Estado fallido; cuando mexicanos son asesinados en Sonora, en Coahuila, en Chihuahua y no queda más que levantarse de hombros; cuando los diputados hacen un espectáculo en el congreso y ponen en evidencia que tiene más valor una tranza firmada que el 39 constitucional.
Al preguntar los años en que nacieron mis alumnos, me doy cuenta que a pocos les tocó vivir el temblor del 85, o el fraude electoral del 88. Son “niños de Salinas”. Crecen, de plano, sin siquiera la promesa de un futuro mejor. Nuestra generación creció con la esperanza de la democracia, de que el PRI se fuera, lo vimos llegar y conocemos, aunque sea en parte, la diferencia. Ellos ni siquiera eso, son niños after-PRI, y padecen el fracaso político económico de la primera parte de la década de los noventa, y el fracaso de Fox. El cinismo es lo mejor para ellos. El trabajo, la escuela, el mérito y el esfuerzo, no sirven. Así lo pensé cuando me contaron que uno de los alumnos que tuve cuando daba clases en una preparatoria particular apareció en los noticieros, arrestado como parte de la banda del “Muletas”.
Lo que Yépez dice en su libro confirma estas percepciones. Hay una relación entre lo que generaciones anteriores a la nuestra, y la nuestra, dejamos de hacer o hicimos mal. Yépez menciona fraudes electorales, eventos históricos en los cuales una generación, y con ella el país, tuvo la oportunidad de dar un salto cualitativo. De ahí quizá una importante omisión en el texto, las elecciones federales del 2006. Los que ganaron a la mala y los que no supimos ganar. Evento que, creo firmemente, significa el más grave retroceso político de nuestra generación.
Ante este panorama, La increíble hazaña de ser mexicano llena en parte un vacío. Son necesarios, no una, sino muchas voces que discutan lo que significa ser mexicano. Nuestros fracasos, nuestras posibilidades, nuestras alternativas. A Yépez habrá que agradecérsele su asertividad, que no maquille ni matice sus juicios. La increíble hazaña no es un texto para leer cómodamente, ni para estar de acuerdo con el autor. Es un texto para pensarlo, dos, tres veces, luego molestarse y quererlo refutar.
La increíble hazaña es un texto que se nutre de diferentes fuentes. Puede que me equivoque, pero además de Paz y Vasconcelos, uno se puede encontrar con reflexiones que vienen de la Escuela de Frankfurt, de Umberto Eco, de Giovanni Sartori. Yépez habla también de la psicohistoria, referencia difícil de encontrar, y desde mi ignorancia, más cercana al arquetipo jungiano. Esto es, no es un texto lleno de fatalismo barato. Es una tesis construida a lo largo de varios capítulos, sustentada en un conocimiento sólido. Quizá sociólogos, antropólogos e historiadores, si lo leyeran, puedan debatir, refutar, con precisiones históricas o epistemológicas, sería interesante.
Octavio Paz es, a mi juicio, uno de los escritores mexicanos más malinterpretados. Las tesis del pachuco y del hijo de la chingada son esgrimidas por cantineros, taxistas, maestros de escuela e intelectuales. Pero son pocos los que le han leído en realidad, son menos los que le han entendido, y muchos menos los que han interpretado a Paz en el contexto en que esas expresiones fueron construidas. Así, las metáforas del mexicano que nos heredó, carecen de significado, son chistes.
La increíble hazaña corre ese riesgo. El libro está lleno de humor. Ojalá esto no sea obstáculo para el lector. La increíble hazaña no es una colección de mordaces sarcasmos sobre el mexicano, tampoco es una grosera sátira de nosotros mismos. Pero, tal como el texto lo dice, la risa es la primera línea de defensa ante la crítica. Al terminar la presentación del libro, al fondo de la sala, dos amigos bromeaban sobre la figura guadalupana. Seriamente les dije, yo soy guadalupano. Uno entendió el sentido de la frase y cortó la broma. El segundo la siguió, no entendió nada, la primera línea de defensa funcionó.
El problema no está en ser católico, izquierdista o derechista, priista o zapatista. Todas ellas figuras revisadas por Yépez. La tesis principal es que un cambio cultural es necesario. Una muerte que no es tal, sino vida, renovación. La resistencia al cambio, el apego a los viejos valores, a las estructuras caducas, y que son reproducidas desde el México profundo hasta Televisa, son la verdadera muerte, el mexicano como un zombie. Es necesario cambiar, aunque sea de espaldas al futuro, tal como lo hacía Hugo Sánchez en su mítica chilena.