Adivina qué hubo aquí


Semanario Cultural Bitácora No. 340, Tijuana, 11 de junio del 2003

Imagen de Fritz Torres

Poquito a poquito se fue deshaciendo. Primero fueron las banderas rojinegras en la puerta, luego la subasta en la calle de artículos de ferretería oxidados y pasados de moda, luego el abandono. Sus ventanales se convirtieron en el sitio ideal para colocar carteles de eventos de todo tipo. Fue precisamente ahí donde algunos nos enteramos de la existencia de la palabra Nortec. Otro de los más memorables fue la propaganda para un concierto de Gustavo Cerati. Finalmente, justo a principios de año, señalando quizá un momento de cambio estelar o algo parecido en nuestras vidas, un incendio destruye uno de los edificios de las Pinturas Corona, o Calete, ilustre apellido de los forjadores de nuestra ciudad (risas). Pero este lugar pronto desaparecerá. Estamos entrando en el sexto mes del año y tal parece que la desaparición de este lugar ha sido planeada de manera de causar el menor trauma estético posible en la zona. La destrucción ha sido gradual, hubo por lo menos un incendio más después del primero. Luego poco a poco fueron desaparecieron los cristales de los otros dos edificios del conjunto y la destrucción se hacía más evidente: Un auto que también pereció en el incendio, mobiliario, sillas, madera, cosas que alguna vez fueron algo más que fierros quemados. Hoy se ha dado otro gran golpe. El inmueble no podría haber sido reparado nunca, lo que quedaba de la estructura no merecían colocar sobre ellas un clavo o una tabla, no lo hubiesen soportado. Pero las paredes y lo que quedaba del techo se sostenían en un extraño equilibrio, sin terminar de caer, chuecas y deformes. La gente seguía esperando el taxi rojo con absoluta indiferencia y paciencia en la banca que estaba junto a las ruinas.
Ya no, ahora solo hay piedras, madera y fierros sobre el suelo, le dieron el empujón final al edificio. Seguramente con la intención de no poner en peligro a los transeúntes. Pero es extraño, el movimiento fue demasiado rápido y alteró el ritmo con que se desarrollaba el espectáculo, como si no quisiera que la gente se diera cuenta de lo que estaba pasando, pieza por pieza, casi con pena. ¿Qué irá a ser de este lugar? La extensión del terreno es muy amplia puesto que abarca tres edificios, algunas casas y toda la zona de la fábrica, notoriamente más grande que el resto del conjunto. Oficinas, alguna tienda o la enésima placita comercial del boulevard ocuparán su lugar. De algo puede estar seguro, será algo horrendo, aburrido y de pésimo gusto, nada que se compare a las ruinitas que con tanto cariño mirábamos al pasar.
¿A quién le puede importar? A nadie, ni siquiera hay un letrero que diga: "Prohibido el paso, propiedad privada." Los dueños no parecen tener el menor apego por lo que queda de lo que quedaba de la alguna vez una de las empresas más importantes de esta ciudad. Yo visité el lugar dos veces, una vez en la preparatoria, cuando fuimos a comprar pintura para pintar un mural o algo parecido. La otra fue cuando el gobierno municipal inauguró con bombo y platillos oficinas destinadas a atender a la juventud tijuanense. De hecho, el mostrador permanece ahí, esperando el final, sin fantasmas y sin esperanza.
Tenemos una memoria de gato, solo nos dura dos semanas. Nos olvidamos de los lugares porque nunca nos pertenecieron. Son recuerdos que ni siquiera son nuestros, los hemos retomado de referencias bibliográficas inciertas o del mito que nos cuentan aquellos que tampoco conocieron esos lugares cuando tenían vida, humo. Pero todos esos lugares abandonados, clausurados o semiderruidos tienen la virtud de inspirarnos una especie de confianza y la idea de que el mundo no cambia demasiado rápido, de que quizá sea posible encontrar algún retorno a quién sabe dónde. De que en el pasado también se esperaba algo del futuro. Tarareando, el futuro estaba en otra parte, porque aquí ya no hay nada, ni la memoria, eso ya lo descubrimos y no nos preocupa.
Hay otros edificios “modernos” que nacen también con vocación de ruina, por alguna razón no se acaban de llenar y nos han acostumbrados al letrero de “se renta”, otro en la carretera a Ensenada que no puede ser ocupado por haber sido construido con vigas radiactivas, otro en el Río que venía con defecto de fábrica y tiene una inclinación (involuntaria) de quince grados. Dicen, no me consta, que se piensa construir una tienda justo donde ahora está la plaza de toros. Y en el centro de la ciudad, se destruyen casas de madera y construcciones que forman parte de la historia de Tijuana para poner tiendas de ropa, McDonalds o clínicas para atender a los emigrados. La historia espacial de esta ciudad se parece un poquito a la de las especies endémicas. Hablar de Tijuana es hablar de espacios extintos o en vía de serlo: cines, mercados, casas, edificios, un paseo costero devorado por el mar, el casino, la barra más grande del mundo, los bares... hasta el agua de la presa está desapareciendo. Todo brilla por su ausencia, por su falsificación o por fotografías borrosas en tono sepia colgadas de la pared. La historia de lo que fue, memorabilia que tratamos de adivinar debajo de la mediocre cirugía urbanística que se realiza día con día.